domingo, 25 de noviembre de 2007

Hoy

Acabo de llegar a casa, abro la puerta de casa, cerrada con doble vuelta, enciendo las luces y pongo la calefacción. Encuentro mi móvil donde el viernes lo dejé para que recargase la batería "un poco" antes de irme, creo que ahora está sobrecargado.
La casa parece que adquiera vida con el calor y las luces; deshago la mochila, y abro el grifo de la ducha. Voy hasta el salón y veo delante de mi ventana, que casi las puedo tocar, las luces de Navidad de la calle, azules, tan azules y brillantes que me transportan, que me llevan muy lejos de aquí... hasta que el sonido del agua me despierta y me devuelve a la tierra.
Salgo de la ducha renovada, con la cabeza despejada, tanto que hago un repaso mental del fin de semana y lo resumo en palabras: frío, montaña, tapas, pies helados y el calorcito en la cara en un salón caldeado por una chimenea.
Un fin de semana fuera del estrés de una ciudad que durante la semana se transforma en una jungla de interes ajenos que convergen en el transporte público a las siete de la mañana. Todos corriendo, con prisas,... odio los lunes!
Lo que queda del domingo se convertirá en eso, en otro domingo más en espera del lunes, en unas horas de lectura en el sofá, una cenita rápida y vuelta a la lectura hasta que los ojos hablen en nombre del cuerpo solicitando su tiempo de reposo.
La diferencia está en que ayer me despertaban para llevarme a cama y hoy seré yo la que me despierte a media noche para llegar, con el corazón encogido, a una cama fría y vacía de 90.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Empezar las semanas siempre resulta duro, pero acabarlas lo es más. Los domingos se convierten así en sinónimos de sentimientos encontrados.