Quien dijo que los muebles de Ikea son sencillos de montar mintió descaradamente. Tengo una lámpara (sí, aquel elemento decorativo tradicional que proporciona luz), recién comprada (bueno, regalada por Sabi), que me he visto incapaz de desembalar, por lo que, visto lo visto, yo me pregunto: ¿es realmente factible hacer una compra en un establecimiento cuyos productos vienen embalados de tal forma que seres imperfectos, carentes de habilidad y pobres de maña (es decir, yo) son incapaces si quiera de abrirlos? ¿merece la pena sentir el desánimo al saberte que quizás, sólo quizás, si no eres capaz de abrir una caja de una lámpara, nunca serás capaz de montar una mesa si para ello he de emplear más de un tornillo?
Bueno, la verdad es que tenía en mente empezar esta entrada de otro modo, pero mi indignación ha sido tal que haceros partícipes de mi evidente incompetencia puede llegar a reducir mi sentimiento de incapacidad.
Lo cierto es que a partir de este lunes, los lunes han dejado de ser días insípidos, sin gracia, llenos de mal despertar con sólo el mero hecho de escuchar el sonido repetitivo y desesperante de un despertador, para convertirse en días de surrealismo y humor.
El caso es que este pasado lunes me desperté con ese infernal ruido golpeándome los tímpanos, me levanté sin ganas después de un fin de semana (largo) en la Costa Brava que aún rezumaba ese olor a vacaciones, sonrisas e ilusiones, y puse rumbo a la cocina, cual zombie en busca del alimento (en este caso cambiando sangre por café). Me tomé el café con el telediario de la mañana cantando esa cantinela de todos los días llenos de maldad, sucesos y muertes, me duché, vestí y salí pitando a coger un bus que siempre pierdo para terminar cogiendo el Tram, y consecuentemente llegar tarde al trabajo.
Pues la mañana transcurrió tranquila llegando la hora de cierre y recibiendo mi primer regalo de santo: chocolate. Para el resto de los mortales (especifico: no raros) les encantaría el chocolate, sea cual sea, pero para los mortales más raros que un perro verde, sólo les gusta el chocolate blanco (aunque he de decir que estaban buenísimos).
Os informo que en el receso he visto la lampara y me propuse que un elemento decorativo no podría conmigo, así que, no sin grandes esfuerzos, he conseguido montar la dichosa lámpara (me encanta Sabi), eso sí: cuchillo en mano.
A grandes rasgos os comento que comimos en un restaurante coreano (que más que coreano parecía japonés con camareros chinos) en el que se hizo el silencio al escuchar la palabra sobreesdrújula, nos pasamos la tarde paseando, compramos una cámara de fotos que desvirgamos con fotos que en un futuro llegarán a valer mucho dinero si alguno de nosotros se hace famoso y hablamos, hablamos, hablamos,...
Lo que hizo de este pasado lunes un día surrealista es que después una cena aliñada con vino y más vino terminamos en la oficina a las doce de la noche, un poco perjudicados por los efectos del alcohol (espero que nadie vea la grabación de esa noche), tras la llamada de la central de alarmas; pero esto no nos parecía suficiente porque terminamos en la playa, porque la luna estaba preciosa, y todo hubiera terminado ahí si no hubiera alguien al que se le ocurrió la maravillosa idea de bañarse en el mar porque sus ovarios son como dos huevos de avestruz! El caso es que, particularmente, terminé con el agua del mar Mediterráneo porque me la llevé para casa en mi vestido.
Moraleja: cuando te despiertas por la mañana nunca sabes donde terminarás la noche.
Conclusión: una de las mejores noches de mi vida y, quizás, muchas estén por llegar.
Un beso para los caminantes.
Bueno, la verdad es que tenía en mente empezar esta entrada de otro modo, pero mi indignación ha sido tal que haceros partícipes de mi evidente incompetencia puede llegar a reducir mi sentimiento de incapacidad.
Lo cierto es que a partir de este lunes, los lunes han dejado de ser días insípidos, sin gracia, llenos de mal despertar con sólo el mero hecho de escuchar el sonido repetitivo y desesperante de un despertador, para convertirse en días de surrealismo y humor.
El caso es que este pasado lunes me desperté con ese infernal ruido golpeándome los tímpanos, me levanté sin ganas después de un fin de semana (largo) en la Costa Brava que aún rezumaba ese olor a vacaciones, sonrisas e ilusiones, y puse rumbo a la cocina, cual zombie en busca del alimento (en este caso cambiando sangre por café). Me tomé el café con el telediario de la mañana cantando esa cantinela de todos los días llenos de maldad, sucesos y muertes, me duché, vestí y salí pitando a coger un bus que siempre pierdo para terminar cogiendo el Tram, y consecuentemente llegar tarde al trabajo.
Pues la mañana transcurrió tranquila llegando la hora de cierre y recibiendo mi primer regalo de santo: chocolate. Para el resto de los mortales (especifico: no raros) les encantaría el chocolate, sea cual sea, pero para los mortales más raros que un perro verde, sólo les gusta el chocolate blanco (aunque he de decir que estaban buenísimos).
Os informo que en el receso he visto la lampara y me propuse que un elemento decorativo no podría conmigo, así que, no sin grandes esfuerzos, he conseguido montar la dichosa lámpara (me encanta Sabi), eso sí: cuchillo en mano.
A grandes rasgos os comento que comimos en un restaurante coreano (que más que coreano parecía japonés con camareros chinos) en el que se hizo el silencio al escuchar la palabra sobreesdrújula, nos pasamos la tarde paseando, compramos una cámara de fotos que desvirgamos con fotos que en un futuro llegarán a valer mucho dinero si alguno de nosotros se hace famoso y hablamos, hablamos, hablamos,...
Lo que hizo de este pasado lunes un día surrealista es que después una cena aliñada con vino y más vino terminamos en la oficina a las doce de la noche, un poco perjudicados por los efectos del alcohol (espero que nadie vea la grabación de esa noche), tras la llamada de la central de alarmas; pero esto no nos parecía suficiente porque terminamos en la playa, porque la luna estaba preciosa, y todo hubiera terminado ahí si no hubiera alguien al que se le ocurrió la maravillosa idea de bañarse en el mar porque sus ovarios son como dos huevos de avestruz! El caso es que, particularmente, terminé con el agua del mar Mediterráneo porque me la llevé para casa en mi vestido.
Moraleja: cuando te despiertas por la mañana nunca sabes donde terminarás la noche.
Conclusión: una de las mejores noches de mi vida y, quizás, muchas estén por llegar.
Un beso para los caminantes.