viernes, 19 de septiembre de 2008

Un siesta sin siesta.

Los incesantes ronquidos de mi padre impiden que pueda dormir.
Me reclino en el sofá pensando en lo bonito que es estar en casa y en la siesta que me espera después del café.
Mi gozo en un pozo.
Escucho el primer ronquido y parece que me hace gracia.
Pienso: "¡cómo se nota que estoy en casa!").
A los cinco minutos de escuchar en rítmico sonido pienso en hacer el TÍPICO=MÍTICO sonido ecuestre para que el subconsciente de mi padre piense en las cuatro horas que dormí esta noche (lo sé, ya sé que es porque quise, pero no dejan de ser cuatro insignificantes horas) y deje de emitir ese ronquido constante.
No surte efecto.
El sonido ha arrasado con las barreras impuestas por mi cerebro y parece que ha plantado bandera en el mismo centro de mi cabeza y sólo escucho ESO.
Me doy la vuelta.
Cierro los ojos.
Necesito dormir.
Quiero dormir.
Me espera un avión a las diez de la noche y, si el vuelo es como el de ida, me tocará una mujer de entre treinta y cuarenta años, que ha visto muchas pelis de Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger y piensa que hoy será su último vuelo, lo que me provocará ansiedad, estrés y mala uva, y no podré leer, ni escribir, ni escuchar música, ni hacer el intento de echar una siestecilla.
No consigo dormir.
Mi madre ha desaparecido, creo que veintinueve años casados son suficientes para saber que una siesta cuando mi padre se cree uno de los tres tenores es imposible.
Abro los ojos.
Los abro pensando en muerte y destrucción.
Veo a mi padre.
Es imposible enfadarme viendo esa cara de placer, de gustera.
La boca medio abierta (o medio cerrada para los indecisos), la butaca reclinada, el pie "malito" descalzo, hinchado.
Con esta imagen no es posible alcanzar un grado mínimamente importante de enfado como para ponerte de mala leche.
Subo a mi cuarto.
Abro la maleta y me doy cuenta de que han pasado nueve días en un suspiro y ya me tengo que ir.
Mi madre quiere que le acompañe al super para comprar comida y enseres, porque, estoy segura, que piensa que como lo gallego nada, y porque es us forma de demostrar amor (¡gallegos!).
Vamos al super.
Volvemos.
Decido que puedo intentar dormir un poquito antes de ponerme con las maletas.
Me echo en la cama de mis padres (porque tengo la mía que parece el rastro de Madrid).
Cierro los ojos.
¡Y no me lo puedo creer!
A mi padre se le ha dado por cortar el césped.
Doy cuatro vueltas.
No me concentro en el sueño.
Pienso en todo lo que tengo que hacer con el sonido de la máquina de cortar el césped de fondo.
Tal vez esté nerviosa.
Sí, estoy nerviosa.
Lo admito.
Renacuajo.
Desisto de la idea de dormir.
Pienso que tal vez, con un poco de suerte, pueda echar una cabezadita en el avión.
Me levanto.
Voy a mi cuarto y veo cómo tengo todo.
No me apetece hacer la maleta.
Me da pena irme.
Echaré de menos a Zeta, a Mateo, a Tito, a Sonia, a Alberto, a Xela, a Isa, a Raquel, a Lucía,...
Pero estaré bien.
Ellos saben que estaré bien.
Y que siempre estoy con ellos.
Y hoy me voy porque me apetece.
Porque estoy bien.
Me tengo que ir.
Me da pena irme.
Me da pena porque los dejo aquí, y mientras escribo esto escucho a mi madre que empieza empaquetar comida en cantidades ingentes porque piensa que tiene como hijos al millón de soldados de las Fuerzas Armadas, en vez de a dos.
Pero me gusta.
Me gusta ver reflejado en sus ojos el amor que le sale de dentro, el cariño que manifiesta con sus actos, las ganas de volver a vernos cada vez que nos vamos, la pena que le sale del alma cuando me despido en el aeropuerto y la veo allí plantada, junto a mi padre, delante del detector de metales, pensando, contando, seguro, los días que faltan para volver a vernos.
Y no se mueve.
Se queda ahí hasta que desaparezco de su vista.
Y, aún así, se queda un rato más.
La vuelvo a ver.
Y sigue ahí.
Tranquila mamá, que vuelvo en Navidad.
Estaré bien.
Tengo alguien que me cuida y se preocupa por mi.
Hasta la vuelta.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Este pedacito de mi

... hace muchos días que debería estar donde estoy, pensar lo que pienso y sentir lo que siento...
... hace muchos días que no me enfrento a mi hoja en blanco, a mis esbozos de indiferencia y a mis bocetos de palabras...
... y hoy, en mi ciudad, en mi casa, me dispongo a emborronar este pedacito de mi, a llenar los espacios en blanco de los latidos de mis dedos, del sonido de mis palabras y de la voz de mis manos...
... os debo momentos vividos y no explicados, os debo horas y horas de letras y, sobre todo, lo que más os debo es...
Sin faltar a la verdad, he de decir que los días han pasado veloces, que las horas se han escurrido entre mis dedos y que los minutos hace tiempo que desaparecieron del minutero.
No sé, podría empezar diciendo que desde mi último post he cumplido años, he roto ilusiones y he creado sueños... son estas cosas que aparecen y desaparecen sin darnos cuenta, como esas ventanas que sólo se abren cuando el espacio y el tiempo coinciden, cuando los planetas se alinean de tal forma que han creado un nuevo mundo.
Supongo que los seres humanos somos tan imperfectos que logramos destruir y crear en un abrir y cerrar de ojos, destruimos aquello que tanto nos ha costado construir por simples vanidades o envidias o, simplemente, porque, como personas que somos, nos equivocamos; y creamos con el mismo ahínco, con el mismo empeño, con el que construímos la primera vez.
Lo bueno es que una vez que nos caemos, por muy duro que sea el golpe, por difícil que se nos haga abrirnos al mundo, nos levantamos después de llorar ríos de lágrimas y de jurar y perjurar que esto nunca nos volverá a pasar; pasamos días, semanas, meses con una herida abierta, pero poco a poco cierra, y quien da los puntos de sutura son las personas que están a nuestro lado y quien hace que desaparezca la cicatriz son unos ojos que ven la belleza de tu herida, que te aplica agua yodada y que te susurra palabras de calma al oído.
Por esto, y por estos momentos son por los que merece la pena todo, porque vuelves a crear, vuelves a sentir,vuelves a ilusionarte, vuelves a soñar despierta, vuelves a ser tú, vuelves a vivir con más ganas, vuelves a dibujar en tu corazón, vuelves a pintar los días del color que tú quieres,...

viernes, 5 de septiembre de 2008

Los sueños

"¿No has sufrido nunca una pesadilla terrible, que es imposible reconstruir toda entera al despertar? Quedan vagos retazos en la memoria y mal sabor de alma, pero unirlos todos es imposible.
La alegría renace al entender que todo aquello que se soñó, y que era espantoso, aunque no se sepa bien lo que era, resultó ser sólo un sueño.
Ahora tengo la sensación de que, al fin, he despertado."


Alice Gould
Los renglones torcidos de Dios