En la guerra, los ojos de un animal herido son idénticos a los de un niño, porque mira a los hombres como el chiquillo mira a los adultos:reprochándoles un dolor que siente y cuya causa no comprende.
Todos aquellos ojos de críos quemados por el napalm, desorbitados por el sufrimiento entre los vendajes que les cubrían la cara, en Jorramchar, en Estelí, en Tiro y en cientos de sitios que también eran siempre el mismo; todos los ojos de todos los niños de todas las guerras eran una larga recriminación sin palabras al mundo de los adultos.
Pero no hacía falta que estuviesen heridos, o muertos como aquel de seis años que filmaron pequeño y solo, con un inútil vendaje en torno a la cabeza, tan frágil con su boca abierta y los brazos y el pecho desnudos, en el suelo de la morgue de Sarajevo.
A veces el horror te aguarda agazapado, tranquilo, en la mirada de un crío vivo cualquiera, en una carretera perdida, en un sótano. En la cara del niño judío que levantaba - ¿levanta?, ¿levantará? - las manos junto a su madre, ante el impasible verdugo nazi en el ghetto de Varsovia. La memoria de un reportero siempre es la memoria de un largo álbum de viejas fotos, de imágenes que a veces se funden unas con otras, de recuerdos propios y ajenos.
Los vertederos llenos de muchachos torturados y muertos, en El Salvador. Las cárceles de Ceaucescu. La toma de la Quarantina por los falangistas libaneses.
Todos aquellos ojos de críos quemados por el napalm, desorbitados por el sufrimiento entre los vendajes que les cubrían la cara, en Jorramchar, en Estelí, en Tiro y en cientos de sitios que también eran siempre el mismo; todos los ojos de todos los niños de todas las guerras eran una larga recriminación sin palabras al mundo de los adultos.
Pero no hacía falta que estuviesen heridos, o muertos como aquel de seis años que filmaron pequeño y solo, con un inútil vendaje en torno a la cabeza, tan frágil con su boca abierta y los brazos y el pecho desnudos, en el suelo de la morgue de Sarajevo.
A veces el horror te aguarda agazapado, tranquilo, en la mirada de un crío vivo cualquiera, en una carretera perdida, en un sótano. En la cara del niño judío que levantaba - ¿levanta?, ¿levantará? - las manos junto a su madre, ante el impasible verdugo nazi en el ghetto de Varsovia. La memoria de un reportero siempre es la memoria de un largo álbum de viejas fotos, de imágenes que a veces se funden unas con otras, de recuerdos propios y ajenos.
Los vertederos llenos de muchachos torturados y muertos, en El Salvador. Las cárceles de Ceaucescu. La toma de la Quarantina por los falangistas libaneses.
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